Todavía me acuerdo, allá por octubre del 2007, cuando me
compré ropa para volver a trotar haciéndome la fantasía que corría el
Spartathlon. Y esto mismo pensaba mientras recorría los últimos 40 kilómetros
camino a Sparta y los coches tocaban bocina sacando un brazo por la ventanilla
con el puño cerrado en alto en modo de saludo.
Buscaba constantemente nuevas rutas y caminos similares al
Spartathlon. Corría en carreras que solo me sirvieran para el Sparta. Miraba
videos, fotos, leía crónicas de gente que la había hecho. Intentaba aprender
todo lo que pudiera para que mi entrenamiento sea lo más parecido al camino que
seguiría.

Fuimos de los primeros en llegar. La mañana estaba templada
y no había viento. Empezaba a asomar el sol sin poder esconderse en ninguna
nube y sus primeros rayos rojos bañaban el lateral del Partenón. Que feliz me
sentía! No había otro lugar en el mundo donde quisiera estar.
Inmediatamente encuentro a Darío Arauz y nos ponemos a
correr disfrutando de ese momento tan especial. Manteniendo el ritmo que me
había recomendado Pablo Silguero, mi entrenador, estuvimos juntos durante casi
2 horas, después, en un avituallamiento nos separamos y ya no nos volveríamos a
cruzar hasta unos 200 kilómetros después.
Seguí solo, pero rodeado de corredores de distintas partes
del mundo. Íbamos por una autovía donde los coches pasaban muy rápido y donde
también había muchas capillitas recordando accidentes mortales. Quería salir
rápido de ahí.
No faltó mucho para que tomáramos una ruta mucho más
tranquila que nos llevaría a pasar por un pueblo, creo que Elefsina, donde nos
recibieron un montón de nenes y adolescentes haciendo una fila gruesa y
gritando para que les chocáramos las manos. Este tipo de cosas llenan el alma y
me hicieron ver que la decisión de estar acá fue la correcta.
Después de un rato empezamos a bordear la costa con un
paisaje precioso pero con subidas y bajadas constantes. Bueno, en realidad
todavía no habíamos tenido un rato de trote en llano; o subíamos o bajábamos.
Era el kilómetro 30 y pico y me sentía genial.
Un rato largo estuvimos por esa bonita ruta, aunque mantengo
que es muy parecida a parte de la ruta de Málaga a Almería. Realmente no me
llamó mucho la atención. A lo lejos vi una subida bastante larga e inclinada, y
casi que me puse contento porque la haría caminando…por fin después de más de 3
horas sin parar de correr!!
Empecé a subirla a paso decidido pero intentando no forzar
más de la cuenta porque faltaba un montón, casi ni quería pensarlo. Llegamos al
puesto de control y avituallamiento número 12 donde me volví a encontrar a Martín
Córdoba para seguir juntos un rato. Seguimos por esta ruta aunque creo que
ahora las subidas y las bajadas eran más largas.
Puesto de control 18 y volvimos al mar por una ruta que nos
llevaba a una refinería de petróleo donde el siguiente puesto seria el
kilómetro 70. Mi ritmo había bajado un poco y las piernas gritaban de dolor.
Hacia unos 10 kilómetros que me venia acordando las palabras
de mi entrenador Pablo, donde me decía que siga adelante aunque duela porque
iba a pasar, igual que iba a pasar las buenas sensaciones, y que a Mauro le
había pasado lo mismo por esta parte del recorrido cuando la terminó en el año
2010. Faltaban 10 kilómetros para el primer Gran Control cruzando el Canal de
Corinto. Nada me iba a parar!
Encarar una carrera de 246 kilómetros del tirón es algo que
mi cabeza no podía procesar, así que la dividí en 4 sectores, para que al
lograr cada uno de estos sectores lo sintiera como un éxito.
El primero era una carrera de regularidad hasta el puesto de
control 22 y kilómetro 81, donde el reloj era importantísimo y el ritmo
abrumador. El segundo era hacer lo más fácil posible llegar hasta la base de la
montaña en el kilómetro 150. El tercero era una carrera de montaña donde
tendría que subir y bajar ese monte de 1200m de altura y llegar hasta el punto
Nestani donde estaría el otro Gran Control, en el kilómetro 172. Y a partir de
acá solamente quería llegar al kilómetro 202, porque sabía que una vez pasado
los 200 kilómetros, nada me iba a impedir completar los 246,5 kilómetros,
tardara lo que tardara.
Justo al irme del puesto, a los 10 minutos de llegar, veo a
Martín y salimos juntos. Esta causalidad sería clave para mi carrera.
Salimos por un camino lleno de olivares con muy buena
charla, pasando kilómetros y ganando minutos a los horarios de cierre. Llegamos
al puesto de control 26, antiguo Corinto en el kilómetro 93, sin mayor esfuerzo.
En este puesto nos podían asistir los chicos así que le pude meter calorías al
cuerpo. Unos minutos después seguimos por caminos entre viñedos, con buen
ritmo, esa buena charla y viendo como caía el sol.
10 kilómetros y 3 puestos de control después ya era de
noche. Nuestro equipo podía asistirnos nuevamente. Tocaba abrigarse, meternos
calorías y ponernos el frontal, que sería
el gran compañero de las siguientes 12 horas.
Llegamos al puesto de control 35 y veo el censor donde
teníamos que pasar el chip que actualizaría los datos en la página web, y se me
pasó por la cabeza que estaría pensando Pablo, y como me gustaría regalarle el
final. No sé si el lo sabrá pero fue y sigue siendo un referente para mi.
Veníamos genial y con mucha motivación. Martín había
intentado por dos veces terminar esta carrera y su experiencia me ayudaba. Me
contaba que nunca había tenido estas sensaciones a estas alturas, y me
emocionaba de solo pensar llegar los dos juntos a meta. En una de esas bajadas
sentimos un corredor que nos alcanza, y era Leo Bugge, otro experimentado
argentino en esto del Spartathlon, y los tres seguimos adelante. Yo pensaba la
suerte que tenía de poder correr con ellos en esta parte tan delicada de la
carrera.
En el puesto de control 42 sumariamos 146 kilómetros avisándonos
que a partir de ahí empezaríamos con las dos cifras y descontando kilómetros
hasta la meta. Faltaban 100 kilómetros para Leonidas y 10 minutos para las 2 de
la mañana.
El camino empezó a inclinarse bastante en diferentes tramos
lo que nos obligaba a caminar para después trotar en las bajadas. Sin darme
cuenta, acababa de terminar la segunda parte de mi carrera y ya estaba en la
base de la montaña con 150 kilómetros en el cuerpo.
A unos 600m del puesto de control 46 veo a un atleta caminar
en zigzag muy cerquita del barranco, y me apuro a ver que pasaba. Era un atleta
japonés que caminaba a veces dormido. Le saludo y le apoyo la mano en la
espalda en modo empujón mientras le doy charla hasta el control, y ahí se queda
sentado. Me lo iré cruzando más adelante en el camino y en la alegría de llegar
a Sparta.
Sigo subiendo pasando por debajo de una autopista muy
iluminada y dando gracias por poder descansar un poco la vista. Eran las 4 de
la mañana cuando llego al siguiente punto de control donde estaban los chicos
que me dicen que empieza el tramo llamado “la escalera”. Un tramo de 2,5
kilómetros de ripio para llegar a los 1200m de altura de la montaña tan
esperada…y no lo podía creer!!!! Aunque tenía las piernas reventadas, y con
solo 34 minutos de ventaja sobre el corte tenía muy buen ánimo. Me tiro
literalmente a que me den un masaje y para mi sorpresa estaba George, el mismo
masajista del kilómetro 81 que me volvió a dejar “casi” como nuevo. Ya no había
mucho que pueda hacer.
Durante los primeros metros de caminata parecía que me
clavaban dardos en las piernas y encima la inclinación era muy bruta, pero en
cuanto me acomodé subí disparado. Empecé a pasar a un montón de gente. Cuando
sentían mis pasos, me dejaban paso sin mirar atrás. El camino estaba marcado
con cintas y luces fluorescentes verdes, que hacían el camino muy bonito.
En una de esas curvas cerradas levanto la cabeza y veo las
luces del puesto de control que marcaba la cima de la montaña. Había ganado
unos 15 minutos en un solo puesto de control. Me pido un café y me lo llevo, para
bajar lo más rápido posible y seguir descontando ya que había visto en el
cartel que la media en la bajada era de 10 minutos por kilómetros.
Digamos algo así como que me tiré de cabeza. Ni me pregunté,
ni me importó en saber como tenía piernas para aguantar mi peso y el camino
lleno de piedras y pozos en esa bajada tan inclinada. Seguía pasando un montón
de corredores y eso me motivaba a seguir así. Cuando ya empecé a cansarme y
después de varios tropezones donde me creí en el suelo, llegue a la entrada del
pueblo y al siguiente punto de control donde había ganado unos 35 minutos en
total. Volví a tener ese colchón de tranquilidad de 55 minutos con el horario
de cierre.
172 kilómetros y ni puta idea que hora era.
Quería llegar a los 200 kilómetros y faltaba muy poco.
Estaba por amanecer y el frío empezaba a hacerse notar, aunque no lo sentí en
toda la noche, solo me puse unos guantes y una campera fina.
En el camino de este último puesto nocturno me acompañó my
crew pero no tengo ni un recuerdo de cómo estaba ni lo que sentía.
Al llegar al punto de control 54 eran las 7:15 de la mañana
y llevaba 177 kilómetros. Me percaté que las 24 horas las completé con 175
kilómetros y eso me dio una brisa de ánimos, pero mis piernas empezaron a caer
en picado.
Durante esos 5 kilómetros los chicos estuvieron todo lo que
podían al lado mío. Yo corría y caminaba según tenía ganas porque la ruta ni
subía ni bajaba. Me hablaban de estupideces y me felicitaban cuando corría,
pero yo estaba muy cansado.
Al llegar al punto de control 56 me senté y me tomé un caldo
caliente. No tardé mucho en salir, o eso creo. Me sorprendí cuando Nacho me
dijo que había perdido solo unos pocos minutos.
Me venían jodiendo un par de ampollas en el pie izquierdo y
les pedí a los chicos que me preparen los Comped para el siguiente puesto,
importándome nada si me podían dar cosas o no, casualmente si podían. Me los
puse y me comí medio tarro de arroz con leche, pero la ampolla de la planta del
pie me seguía molestando.
Toda esta parte fue un mundo de dolor en el que solo me
permitía pensar en el siguiente avituallamiento. No podía racionalizar que me
quedaban unos 60 kilómetros y menos pensar que serían 11 horas, pero no tenia
ninguna duda que la iba a terminar. Entrené para terminarla, vine a Grecia a
terminarla, y si podía ser en menos de 36 horas genial, sino tenía a mi equipo
para ayudarme a seguir si me descalificaban por pasar fuera de hora. La única
manera que me iría de la carrera sería con un suero en las venas.
En esta parte, desde el kilómetro 180 hasta los siguientes
15 kilómetros, no consigo palabras para describir lo duro que fue, tanto física
como mentalmente. Mi única manera de describirlo es decir que fue lo más duro
que pasé en mi vida, y solo me empujaba a seguir mi motivación y mi convicción
de llegar a la meta. Nada más. No hubo un Dios, ni una frase, ni música
motivadora. No lo hice por mi hija, ni por mi mujer, ni por mi viejo. No
esperaba aplausos, ni lástima, ni admiración. La contienda era Yo contra Mi
mismo, pero lo curioso es que los dos estaban de acuerdo en seguir adelante. No
cabía ninguna duda entonces, lo único que me separaba de la meta eran solo 45
kilómetros, y mis cálculos decían que llegaría dentro de las 36 horas.
Llegado al punto de control 63 ya estaba en el kilómetro 206
y las sensaciones era las mismas, parecía que me habían puesto en modo Stand
by. No podía hablar, ni sonreír, casi no movía la cabeza y solo podía trotar
muy despacio, aunque mi ánimo era muy bueno.
Seguía adelante y comía en cada punto de control lo que me
quedaba a mano, ni lo elegía. Creo que pasamos uno o dos puntos más y me
alcanza Darío que venia corriendo desde hacia unos 100 kilómetros con un chica
polaca que solo hablaba italiano, ja! Aunque me pasaron, verlos adelante mío
era muy reconfortante y de a poco empecé a encontrar piernas. También llegaron
Katy, Marta y Gerardo en coche, y sus palabras llenas de experiencia me
empujaron un poco más hacia la recuperación. La alegría se completó cuando me
pasa como una zaeta Martín, iba pletórico y dejaba estela de felicidad. En unos
minutos lo perdí de vista.
Desde que subimos a esta ruta los coches empezaron a saludar
tocando bocina y sacando el brazo con el puño cerrado en alto por la
ventanilla. Sabían que veníamos desde Atenas a rendirle homenaje a su Rey,
sabían que salimos el día anterior a las 7 de la mañana y sabían que nos quedaba
poco. Debo confesarles que allá por el kilómetro 180 y pico, cuando empecé a
correr por esta ruta, el primer bocinazo me sacó un llanto bastante largo de
emoción. Sentía que iba a acabar esta carrera loca y me estaban dando las
gracias por eso. Fue emocionante!
Después del punto 70 y con más de 230 kilómetros, por fin,
dejamos esta ruta y nos dirigimos directamente a Sparta. Bue…como explicarles, yo
era un manojo de alegría tirándome por esas bajadas como si no hubieran pasado
34 horas por mi cuerpo. Entre uno de esos puntos de control gané 10 minutos.
Venía como loco saludando a todo el que pasaba. Calculé que llegaría en 34
horas y 30 minutos más o menos. Patri me dijo si quería una cerveza y sin
dudarlo le dije que si, y que me la daría en el próximo control. Imagínense
como iba, como un nene a buscar su bicicleta nueva. Al llegar al punto de
control 72 me dijo que lo había pensado mejor y que no me la compraron por si
me caía mal, que todavía faltaban 9 kilómetros…y no me enojé!! Me tomé una Coca
Cola fresquita y seguí hacia Sparta con sabor a gloria en mis piernas. En eso
pasa Gerardo en coche y me dice si quería un helado ¿? ¿Cómo? ¿Por qué?
Obviamente le dije que si y me lo fui comiendo como un desaforado, creo que ni
gracias le dije, pero me quedó dando vueltas en la cabeza el porqué me lo dió.
En ese momento se calmó mi cerebro y empecé a escuchar, solo se escuchaban los
pájaros. Detrás mío empezaron a caminar dos japoneses mientras hablaban, y cada
tanto pasaba algún coche y tocaba bocina. Todo eso junto y en calma, y con el
hecho que estaba terminando una de las carreras mas duras del mundo, hizo un
ambiente perfecto. Y ahí me di cuenta; Gerardo me dio ese helado para esto.
Estaba en un momento único en mi vida y tenia que disfrutarlo. No solamente era
la consecución de un sueño sino estaba demostrándome que podía hacerlo, que
podría hacer cualquier cosa, que seria capaz de afrontar los dolores más
grandes y seguir adelante. Pero saben lo mejor de todo, que me di cuenta que la
felicidad no esta en el final, esta durante todo el camino. El que es capaz de
ganar un millón de dólares podrá regalarlos, porque sabe el camino para volver
a conseguirlos. Ya no me importaba el tiempo, ni llegar antes que nadie,
solamente quería disfrutar.
Pasaron no sé cuantos minutos y al girar en una curva vi que
no había ningún avituallamiento cerca así que decidí volver a correr porque
tampoco era que me sobrara tanto tiempo. Y seguí bajando al trote, ya sin
apuros y saludando a toda persona que cruzara, incluso a varios perros que
estaban sentados en una casa mirando a ciertos tipos raros, delgados y sucios
pasar.
Estos últimos kilómetros fueron eternos, pero apareció un
cartel que decía que Sparta estaba a 3 kilómetros, y al girar en una curva veo
un puente en el que estaba una pancarta enorme que decía “Spartathletes welcome
to Sparta”. Me subió algo desde la barriga hasta el pecho en modo de tapón que
casi no me dejaba respirar. Y los coches seguían saludando, y todo eso era
irreal.
Todo eso seguía siendo un sueño, como si estuviera dentro de
una película, nunca me había pasado algo así. Solo las caras familiares de Cati
y Patri me devolvían a la realidad.
Veo a las Spartanas con su atuendo típico y una de ellas
sostenía la vasija de barro con agua del río Eufrates, con cara angelical que
me miraba directamente a los ojos. Había poder en sus ojos. Me la ofrece. Sabía
a gloria!
Quería compartirlo con ellos, con mi equipo de la vida.
Patri, Cati y Nacho son mi equipo porque me apoyaron desde siempre sin
cuestionarme nada. Me conocen como soy y sin embargo me quieren. Me quieren
después de haberme atendido durante 35 horas y 4 minutos que duró mi viaje de
Atenas a Sparta. Conocieron todas mis miserias y me las aguantaron, me
empujaron, me hicieron reír cuando no podía caminar. Pensaron en mi sin pensar en
ellos. Tener a personas así al lado es un regalo que a veces me cuestiono si
merezco.
A todos ellos, infinitas gracias!!!!!!!!!! Pase lo que pase
en esta vida incierta, los llevaré en el corazón.
Gracias a todos los amigos que desde una forma u otra
estuvieron pendientes de mi y me dieron buenas ondas. Ya sea por Facebook, o
mensajes, o teléfono, o con el corazón. Todo me llegó!!!!