Todavía me acuerdo, allá por octubre del 2007, cuando me
compré ropa para volver a trotar haciéndome la fantasía que corría el
Spartathlon. Y esto mismo pensaba mientras recorría los últimos 40 kilómetros
camino a Sparta y los coches tocaban bocina sacando un brazo por la ventanilla
con el puño cerrado en alto en modo de saludo.
Mi Spartathlon empezó a principios del 2008 con la primera
Media Maratón. Todo a partir de ahí lo hice pensando en esta carrera, si se
puede llamar carrera. Mientras pasaban las Maratones y los entrenamientos
kilométricos me fui dando cuenta que si quería completar los 246 kilómetros que
unen Atenas de Sparta en menos de 36 horas debía convertir la acción de trotar
en algo totalmente natural. El correr no debía ser una acción sino un estado.
Buscaba constantemente nuevas rutas y caminos similares al
Spartathlon. Corría en carreras que solo me sirvieran para el Sparta. Miraba
videos, fotos, leía crónicas de gente que la había hecho. Intentaba aprender
todo lo que pudiera para que mi entrenamiento sea lo más parecido al camino que
seguiría.
Nos despertamos el gran y esperado día 27 de septiembre a
las 4 de la mañana y desayuné solo en la habitación del hotel con Patri y Cati
preparando todo lo que iba a necesitar para sobrevivir durante el próximo día y
medio. Me puse la ropa, que la sentía como mi amiga, llegó Nacho y salimos para
la Acrópolis…a la largada del Spartathlon!
Fuimos de los primeros en llegar. La mañana estaba templada
y no había viento. Empezaba a asomar el sol sin poder esconderse en ninguna
nube y sus primeros rayos rojos bañaban el lateral del Partenón. Que feliz me
sentía! No había otro lugar en el mundo donde quisiera estar.
Después de no se cuantas fotos nos disponemos los 350 afortunados
en la línea de salida. Éramos 9 los argentinos que estábamos dispuestos a
rendirle homenaje a ese valeroso rey Leonidas aunque esa no era mi motivación.
Algún día me gustaría que se organizara una carrera similar en Argentina homenajeando
a nuestros valientes como Cabral, San Martín, Belgrano, y tantos otros perdidos
por historias mentirosas
Siete en punto daba el reloj y largamos. No estaba nervioso
y casi ni ansioso porque sabía los que tenía que hacer y sabía lo que me
esperaba. Corrí esta carrera mil veces en mi cabeza. Mi cuerpo y mi mente
estaban muy bien preparados pero la única duda que tenía era si sería capaz de
solucionar todo lo que me viniera. Habría mucho incontrolable que controlar.
Inmediatamente encuentro a Darío Arauz y nos ponemos a
correr disfrutando de ese momento tan especial. Manteniendo el ritmo que me
había recomendado Pablo Silguero, mi entrenador, estuvimos juntos durante casi
2 horas, después, en un avituallamiento nos separamos y ya no nos volveríamos a
cruzar hasta unos 200 kilómetros después.
Seguí solo, pero rodeado de corredores de distintas partes
del mundo. Íbamos por una autovía donde los coches pasaban muy rápido y donde
también había muchas capillitas recordando accidentes mortales. Quería salir
rápido de ahí.
No faltó mucho para que tomáramos una ruta mucho más
tranquila que nos llevaría a pasar por un pueblo, creo que Elefsina, donde nos
recibieron un montón de nenes y adolescentes haciendo una fila gruesa y
gritando para que les chocáramos las manos. Este tipo de cosas llenan el alma y
me hicieron ver que la decisión de estar acá fue la correcta.
A los pocos kilómetros llega mi equipo de apoyo formado por
Patri, Cati y Nacho, sumándose al coche Lili Caserta para apoyar a Darío. Tener
un equipo de apoyo te da la tranquilidad de que no te va a faltar nada nunca y
que podrán solucionarte cosas que no tuviste en cuenta. También ver una cara
familiar, y en mi caso muy queridas, cada ciertos kilómetros es un apoyo con un
valor enorme.
Después de un rato empezamos a bordear la costa con un
paisaje precioso pero con subidas y bajadas constantes. Bueno, en realidad
todavía no habíamos tenido un rato de trote en llano; o subíamos o bajábamos.
Era el kilómetro 30 y pico y me sentía genial.
Un rato largo estuvimos por esa bonita ruta, aunque mantengo
que es muy parecida a parte de la ruta de Málaga a Almería. Realmente no me
llamó mucho la atención. A lo lejos vi una subida bastante larga e inclinada, y
casi que me puse contento porque la haría caminando…por fin después de más de 3
horas sin parar de correr!!
Empecé a subirla a paso decidido pero intentando no forzar
más de la cuenta porque faltaba un montón, casi ni quería pensarlo. Llegamos al
puesto de control y avituallamiento número 12 donde me volví a encontrar a Martín
Córdoba para seguir juntos un rato. Seguimos por esta ruta aunque creo que
ahora las subidas y las bajadas eran más largas.
Pasamos algunos puestos de control más para meternos tierra
adentro donde el viento empezó a soplar de cara un poco más fuerte. Para
algunos maldición y para otros bendición. A mi me vino genial porque hacia que
los 30 y pico de grados no me afecten mucho.
Seguía pasando puestos de control llegando al kilómetro 60
del recorrido, y la cosa empezaba a doler. Mi ritmo seguía siendo el planteado
para estos primeros e importantes 81 kilómetros. Ir a 5:45 min/km para que, al
parar en cada puesto a beber y comer, me diera de media 6 min/km.
Puesto de control 18 y volvimos al mar por una ruta que nos
llevaba a una refinería de petróleo donde el siguiente puesto seria el
kilómetro 70. Mi ritmo había bajado un poco y las piernas gritaban de dolor.
Hacia unos 10 kilómetros que me venia acordando las palabras
de mi entrenador Pablo, donde me decía que siga adelante aunque duela porque
iba a pasar, igual que iba a pasar las buenas sensaciones, y que a Mauro le
había pasado lo mismo por esta parte del recorrido cuando la terminó en el año
2010. Faltaban 10 kilómetros para el primer Gran Control cruzando el Canal de
Corinto. Nada me iba a parar!
Subidas y bajadas constantes no me facilitaban las cosas
pero de a poco me fui recuperando y recuperando el ritmo. Empecé a sentirme muy
bien sabiendo que quedaba poco para cruzar el Canal. Me hacia especial ilusión
cruzarlo porque marcaba el final de mi primera parte en la que dividí la
carrera, y la que más me preocupaba.
Encarar una carrera de 246 kilómetros del tirón es algo que
mi cabeza no podía procesar, así que la dividí en 4 sectores, para que al
lograr cada uno de estos sectores lo sintiera como un éxito.
El primero era una carrera de regularidad hasta el puesto de
control 22 y kilómetro 81, donde el reloj era importantísimo y el ritmo
abrumador. El segundo era hacer lo más fácil posible llegar hasta la base de la
montaña en el kilómetro 150. El tercero era una carrera de montaña donde
tendría que subir y bajar ese monte de 1200m de altura y llegar hasta el punto
Nestani donde estaría el otro Gran Control, en el kilómetro 172. Y a partir de
acá solamente quería llegar al kilómetro 202, porque sabía que una vez pasado
los 200 kilómetros, nada me iba a impedir completar los 246,5 kilómetros,
tardara lo que tardara.
Sintiendo que quedaba poco me pongo a correr con un Griego
que tenia varias Spartathlones hechas, y charlando pasaron un par de kilómetros
hasta que a mi izquierda veo el canal, y más adelante el puente que lo cruzaba.
Yeahh!!!!! No sé que pasó pero quedé corriendo solo. Paso por un puesto de
control justo antes de llegar y paro a comer. Mientras agarraba cosas esquivaba
a un atleta sentado con la cabeza apoyada en la mesa, algunos segundos después
me doy cuenta que era Gerardo Re. Había comido algo que no le sentó bien y
estuvo vomitando. Le ofrecí todo lo que podía ofrecerle pero no le entraba
nada, y con dolor le dejo ahí solo. Llego el puente y veo a mi equipo con las
cámaras de fotos en las manos listos para inmortalizar ese momento. Que
alegría!!! Que emoción!!! 2 kilómetros más adelante llego al tan ansiado Gran
Control Nº22 y kilómetro 81 con 55 minutos de ventaja sobre el horario de
cierre. Perfecto!
Haciéndole caso a Pablo, me hago unos masajes que me dejan
muy bien. El masajista Giorgos, o George como lo bauticé, un fenómeno. Manos
fuertes y toques justo donde lo necesitaba. La valoración fue muy buena; tenía
solamente cargada la parte externa de mis cuadriceps, y el resto estaba bien.
Justo al irme del puesto, a los 10 minutos de llegar, veo a
Martín y salimos juntos. Esta causalidad sería clave para mi carrera.
Salimos por un camino lleno de olivares con muy buena
charla, pasando kilómetros y ganando minutos a los horarios de cierre. Llegamos
al puesto de control 26, antiguo Corinto en el kilómetro 93, sin mayor esfuerzo.
En este puesto nos podían asistir los chicos así que le pude meter calorías al
cuerpo. Unos minutos después seguimos por caminos entre viñedos, con buen
ritmo, esa buena charla y viendo como caía el sol.
Casi sin sentirlo llega el puesto 29 y kilómetro 102 con la
peculiaridad que nos recibieron con una pancarta de bienvenida en la entrada
del pueblo y los chicos nos pedían autógrafos. Faltaban 15 minutos para llegar
a las 12 horas de carrera.
10 kilómetros y 3 puestos de control después ya era de
noche. Nuestro equipo podía asistirnos nuevamente. Tocaba abrigarse, meternos
calorías y ponernos el frontal, que sería
el gran compañero de las siguientes 12 horas.
Seguimos por ese camino oscuro, viendo como luces lejanas se
movían de acá para allá. La compañía de Martín se hacia importante para
sobrellevar esa noche cerrada. Me sentía muy bien aunque la cosa ya se notaba,
pero en mi cabeza no había dudas.
Llegamos al puesto de control 35 y veo el censor donde
teníamos que pasar el chip que actualizaría los datos en la página web, y se me
pasó por la cabeza que estaría pensando Pablo, y como me gustaría regalarle el
final. No sé si el lo sabrá pero fue y sigue siendo un referente para mi.
Inmediatamente llegados al puesto de control vemos a nuestro
equipo que nos reciben con sonrisas enormes y muchos alientos. Un tazón de
fideos con queso sobre una mesa me estaba esperando junto a un masaje
recuperante, y ya eran las 10 de la noche. Besos a todo el mundo y a seguir
sumando kilómetros.
Veníamos genial y con mucha motivación. Martín había
intentado por dos veces terminar esta carrera y su experiencia me ayudaba. Me
contaba que nunca había tenido estas sensaciones a estas alturas, y me
emocionaba de solo pensar llegar los dos juntos a meta. En una de esas bajadas
sentimos un corredor que nos alcanza, y era Leo Bugge, otro experimentado
argentino en esto del Spartathlon, y los tres seguimos adelante. Yo pensaba la
suerte que tenía de poder correr con ellos en esta parte tan delicada de la
carrera.
Nos comimos otros 5 puestos de control. Era el 40 y mi
equipo listo para darme calorías y más abrigo. Charlas, fotos y besos para
recargar energía y envolvernos en ese manto negro que solo rompía la luz de
nuestro frontal.
En el puesto de control 42 sumariamos 146 kilómetros avisándonos
que a partir de ahí empezaríamos con las dos cifras y descontando kilómetros
hasta la meta. Faltaban 100 kilómetros para Leonidas y 10 minutos para las 2 de
la mañana.
El camino empezó a inclinarse bastante en diferentes tramos
lo que nos obligaba a caminar para después trotar en las bajadas. Sin darme
cuenta, acababa de terminar la segunda parte de mi carrera y ya estaba en la
base de la montaña con 150 kilómetros en el cuerpo.
Pasaron varios kilómetros y nos fuimos separando para buscar
cada uno su propio ritmo. Yo seguía sin enterarme que había empezado la montaña
porque íbamos caminando por una ruta de asfalto, aunque serpenteante, era
asfalto y yo esperaba que sea tierra.
A unos 600m del puesto de control 46 veo a un atleta caminar
en zigzag muy cerquita del barranco, y me apuro a ver que pasaba. Era un atleta
japonés que caminaba a veces dormido. Le saludo y le apoyo la mano en la
espalda en modo empujón mientras le doy charla hasta el control, y ahí se queda
sentado. Me lo iré cruzando más adelante en el camino y en la alegría de llegar
a Sparta.
Sigo subiendo pasando por debajo de una autopista muy
iluminada y dando gracias por poder descansar un poco la vista. Eran las 4 de
la mañana cuando llego al siguiente punto de control donde estaban los chicos
que me dicen que empieza el tramo llamado “la escalera”. Un tramo de 2,5
kilómetros de ripio para llegar a los 1200m de altura de la montaña tan
esperada…y no lo podía creer!!!! Aunque tenía las piernas reventadas, y con
solo 34 minutos de ventaja sobre el corte tenía muy buen ánimo. Me tiro
literalmente a que me den un masaje y para mi sorpresa estaba George, el mismo
masajista del kilómetro 81 que me volvió a dejar “casi” como nuevo. Ya no había
mucho que pueda hacer.
Los chicos me dijeron después de la carrera que me veían muy
mal y que estaban nerviosos porque llevaba muy poquito margen con el tiempo de
cierre, en cambio yo estaba genial y muy confiado. Había entrenado y esperado
esa montaña mucho tiempo, y tenía ganas de presentarme.
Durante los primeros metros de caminata parecía que me
clavaban dardos en las piernas y encima la inclinación era muy bruta, pero en
cuanto me acomodé subí disparado. Empecé a pasar a un montón de gente. Cuando
sentían mis pasos, me dejaban paso sin mirar atrás. El camino estaba marcado
con cintas y luces fluorescentes verdes, que hacían el camino muy bonito.
En una de esas curvas cerradas levanto la cabeza y veo las
luces del puesto de control que marcaba la cima de la montaña. Había ganado
unos 15 minutos en un solo puesto de control. Me pido un café y me lo llevo, para
bajar lo más rápido posible y seguir descontando ya que había visto en el
cartel que la media en la bajada era de 10 minutos por kilómetros.
Digamos algo así como que me tiré de cabeza. Ni me pregunté,
ni me importó en saber como tenía piernas para aguantar mi peso y el camino
lleno de piedras y pozos en esa bajada tan inclinada. Seguía pasando un montón
de corredores y eso me motivaba a seguir así. Cuando ya empecé a cansarme y
después de varios tropezones donde me creí en el suelo, llegue a la entrada del
pueblo y al siguiente punto de control donde había ganado unos 35 minutos en
total. Volví a tener ese colchón de tranquilidad de 55 minutos con el horario
de cierre.
Paré muy poquito, solo lo justo para beber y comer algo, y
seguir hacia abajo como un tiro. No estaban los chicos, aunque me dijeron que
me verían acá, pero me imaginé que no esperaban que bajara tan rápido…en
realidad yo tampoco! Un kilómetro después les veo venir, les hago señas, dan la
vuelta y nos veríamos en el puesto 50 con 167 kilómetros, con una pequeña
charla y algunos bocados de comida para seguir adelante.
Para ese entonces venía medio perdido. Tenía un cacao mental
de kilómetros, horarios, puestos de control y no sabía donde estaba, pero
mientras seguía corriendo. No me acuerdo cómo ni en que estado, pero llegué a
un punto importante de la carrera; la Villa Nestani. Aparte que estaría el
control del chip, pasar por este control te asegura la inscripción para volver
durante los siguientes dos años, aunque eso no se si es un premio o una
penitencia.
172 kilómetros y ni puta idea que hora era.
Quería llegar a los 200 kilómetros y faltaba muy poco.
Estaba por amanecer y el frío empezaba a hacerse notar, aunque no lo sentí en
toda la noche, solo me puse unos guantes y una campera fina.
En el camino de este último puesto nocturno me acompañó my
crew pero no tengo ni un recuerdo de cómo estaba ni lo que sentía.
Al llegar al punto de control 54 eran las 7:15 de la mañana
y llevaba 177 kilómetros. Me percaté que las 24 horas las completé con 175
kilómetros y eso me dio una brisa de ánimos, pero mis piernas empezaron a caer
en picado.
Durante toda la carrera, pero para ese momento en especial,
mi cabeza se apoyaba solamente en llegar al siguiente punto de control
intentando perder lo menos posible ese colchón de minutos acumulados que
llevaba. Cada punto de control estaba entre 2 y 3 kilómetros el uno del otro.
El control 55 estaba a 1,7 kilómetros del anterior, pero en cambio, el punto
del control 56 lo habían puesto a la friolera distancia de 4,7 kilómetros y a 8
min/km de media. Uff!! Este fue el momento donde me caí. Mi cuerpo y mi cabeza
estaban agotados, no podía hablar y apenas podía correr, caminar era igual de
agotador y me dolía cada parte de mi.
Durante esos 5 kilómetros los chicos estuvieron todo lo que
podían al lado mío. Yo corría y caminaba según tenía ganas porque la ruta ni
subía ni bajaba. Me hablaban de estupideces y me felicitaban cuando corría,
pero yo estaba muy cansado.
Al llegar al punto de control 56 me senté y me tomé un caldo
caliente. No tardé mucho en salir, o eso creo. Me sorprendí cuando Nacho me
dijo que había perdido solo unos pocos minutos.
Me venían jodiendo un par de ampollas en el pie izquierdo y
les pedí a los chicos que me preparen los Comped para el siguiente puesto,
importándome nada si me podían dar cosas o no, casualmente si podían. Me los
puse y me comí medio tarro de arroz con leche, pero la ampolla de la planta del
pie me seguía molestando.
Toda esta parte fue un mundo de dolor en el que solo me
permitía pensar en el siguiente avituallamiento. No podía racionalizar que me
quedaban unos 60 kilómetros y menos pensar que serían 11 horas, pero no tenia
ninguna duda que la iba a terminar. Entrené para terminarla, vine a Grecia a
terminarla, y si podía ser en menos de 36 horas genial, sino tenía a mi equipo
para ayudarme a seguir si me descalificaban por pasar fuera de hora. La única
manera que me iría de la carrera sería con un suero en las venas.
Me dijeron que iba a haber un Gran Control en el punto 60,
en Tegea, y en mi cabeza solo estaba George, ja! Necesitaba masajes y rápido.
Al llegar me tiré a la primera colchoneta que encontré y alguien me empezó a
masajear pero no era Manos Mágicas George, daba igual. Me comí medio tarro de
arroz con leche y seguí adelante con el ánimo más alto y un poco de mejores
sensaciones en las piernas, pero la cosa todavía no iba bien. Ya empezaba a
apretar el calor de nuevo y estaba llegando a los 200 kilómetros con un poco de
controversia. Estaba contento por llegar al final de mi tercera etapa pero por
otro lado estaba en terreno totalmente desconocido. Nunca corrí más de 200
kilómetros ni estuve más de 24 horas corriendo. ¿Cómo aceptaría mi cuerpo eso?
¿Cómo me bancaría un segundo mediodía de calor?
En esta parte, desde el kilómetro 180 hasta los siguientes
15 kilómetros, no consigo palabras para describir lo duro que fue, tanto física
como mentalmente. Mi única manera de describirlo es decir que fue lo más duro
que pasé en mi vida, y solo me empujaba a seguir mi motivación y mi convicción
de llegar a la meta. Nada más. No hubo un Dios, ni una frase, ni música
motivadora. No lo hice por mi hija, ni por mi mujer, ni por mi viejo. No
esperaba aplausos, ni lástima, ni admiración. La contienda era Yo contra Mi
mismo, pero lo curioso es que los dos estaban de acuerdo en seguir adelante. No
cabía ninguna duda entonces, lo único que me separaba de la meta eran solo 45
kilómetros, y mis cálculos decían que llegaría dentro de las 36 horas.
Llegado al punto de control 63 ya estaba en el kilómetro 206
y las sensaciones era las mismas, parecía que me habían puesto en modo Stand
by. No podía hablar, ni sonreír, casi no movía la cabeza y solo podía trotar
muy despacio, aunque mi ánimo era muy bueno.
Seguía adelante y comía en cada punto de control lo que me
quedaba a mano, ni lo elegía. Creo que pasamos uno o dos puntos más y me
alcanza Darío que venia corriendo desde hacia unos 100 kilómetros con un chica
polaca que solo hablaba italiano, ja! Aunque me pasaron, verlos adelante mío
era muy reconfortante y de a poco empecé a encontrar piernas. También llegaron
Katy, Marta y Gerardo en coche, y sus palabras llenas de experiencia me
empujaron un poco más hacia la recuperación. La alegría se completó cuando me
pasa como una zaeta Martín, iba pletórico y dejaba estela de felicidad. En unos
minutos lo perdí de vista.
Entre los puntos 67 y 68 llegó la alegría. Más de 220
kilómetros rodeado de amigos argentinos en el final del Spartathlon, y me
cambiaron el interruptor a ON. Ya habíamos pasado la última y difícil cuesta
del kilómetro 223 y todo seria cuesta abajo.
Desde que subimos a esta ruta los coches empezaron a saludar
tocando bocina y sacando el brazo con el puño cerrado en alto por la
ventanilla. Sabían que veníamos desde Atenas a rendirle homenaje a su Rey,
sabían que salimos el día anterior a las 7 de la mañana y sabían que nos quedaba
poco. Debo confesarles que allá por el kilómetro 180 y pico, cuando empecé a
correr por esta ruta, el primer bocinazo me sacó un llanto bastante largo de
emoción. Sentía que iba a acabar esta carrera loca y me estaban dando las
gracias por eso. Fue emocionante!
Después del punto 70 y con más de 230 kilómetros, por fin,
dejamos esta ruta y nos dirigimos directamente a Sparta. Bue…como explicarles, yo
era un manojo de alegría tirándome por esas bajadas como si no hubieran pasado
34 horas por mi cuerpo. Entre uno de esos puntos de control gané 10 minutos.
Venía como loco saludando a todo el que pasaba. Calculé que llegaría en 34
horas y 30 minutos más o menos. Patri me dijo si quería una cerveza y sin
dudarlo le dije que si, y que me la daría en el próximo control. Imagínense
como iba, como un nene a buscar su bicicleta nueva. Al llegar al punto de
control 72 me dijo que lo había pensado mejor y que no me la compraron por si
me caía mal, que todavía faltaban 9 kilómetros…y no me enojé!! Me tomé una Coca
Cola fresquita y seguí hacia Sparta con sabor a gloria en mis piernas. En eso
pasa Gerardo en coche y me dice si quería un helado ¿? ¿Cómo? ¿Por qué?
Obviamente le dije que si y me lo fui comiendo como un desaforado, creo que ni
gracias le dije, pero me quedó dando vueltas en la cabeza el porqué me lo dió.
En ese momento se calmó mi cerebro y empecé a escuchar, solo se escuchaban los
pájaros. Detrás mío empezaron a caminar dos japoneses mientras hablaban, y cada
tanto pasaba algún coche y tocaba bocina. Todo eso junto y en calma, y con el
hecho que estaba terminando una de las carreras mas duras del mundo, hizo un
ambiente perfecto. Y ahí me di cuenta; Gerardo me dio ese helado para esto.
Estaba en un momento único en mi vida y tenia que disfrutarlo. No solamente era
la consecución de un sueño sino estaba demostrándome que podía hacerlo, que
podría hacer cualquier cosa, que seria capaz de afrontar los dolores más
grandes y seguir adelante. Pero saben lo mejor de todo, que me di cuenta que la
felicidad no esta en el final, esta durante todo el camino. El que es capaz de
ganar un millón de dólares podrá regalarlos, porque sabe el camino para volver
a conseguirlos. Ya no me importaba el tiempo, ni llegar antes que nadie,
solamente quería disfrutar.
Seguí caminando por esa ruta intentando grabar cada paso,
ruido, sensación, cada fragancia que venia desde los pastos, quería grabar toda
esa imagen. No quería que terminara nunca. Iba feliz, pleno y lleno de confianza.
Estaba satisfecho conmigo y con el mundo.
Pasaron no sé cuantos minutos y al girar en una curva vi que
no había ningún avituallamiento cerca así que decidí volver a correr porque
tampoco era que me sobrara tanto tiempo. Y seguí bajando al trote, ya sin
apuros y saludando a toda persona que cruzara, incluso a varios perros que
estaban sentados en una casa mirando a ciertos tipos raros, delgados y sucios
pasar.
Llegué al puesto 73 y mi equipazo me da mi bandera
Argentina, esa que hizo mi viejo y que me acompaña desde que llegué a España.
Me avisan que irían directamente a la llegada para acomodarse y dejar
registrado mi final.
Estos últimos kilómetros fueron eternos, pero apareció un
cartel que decía que Sparta estaba a 3 kilómetros, y al girar en una curva veo
un puente en el que estaba una pancarta enorme que decía “Spartathletes welcome
to Sparta”. Me subió algo desde la barriga hasta el pecho en modo de tapón que
casi no me dejaba respirar. Y los coches seguían saludando, y todo eso era
irreal.
Pasé por debajo del puente y veo que empieza una subida
importante, pero había muchos atletas caminando y yo quería llegar solo a los
pies de Leonidas, así que no había otra opción que la de correr y pasarlos a
todos, ja! ¡Cómo saludaban los coches y las motos que pasaban mientras yo
corría cada vez más rápido! Y de repente llega un chico de unos 25 años en
bicicleta, y sin decirme nada se pone detrás mío y me empieza a guiar por donde
ir, mientras yo veía sin ver las banderas colgadas en el medio de esa avenida,
y devolviendo el saludo a la gente que desde sus balcones me saludaban, y los
que caminaban por la vereda, y los que estaban en mesas de bar. Vuelvo a doblar
por segunda vez a la derecha y apareció todo aquello. Todo eso era irreal, como
un sueño, como estar viendo un video en 3D. Había mucha mucha gente y al fondo
de todo estaba Leonidas, erguido majestuoso, con las banderas de todos los
países atrás.
No podía parar de reír y saludar con la bandera en las dos manos flameando detrás mío. De pronto, de entre toda esa gente, veo a Catalina venir corriendo hacia mi llorando desconsoladamente. Nos abrazamos y así subimos los escalones que nos dejarían a los pies del Rey y juntos tocarlo.
No podía parar de reír y saludar con la bandera en las dos manos flameando detrás mío. De pronto, de entre toda esa gente, veo a Catalina venir corriendo hacia mi llorando desconsoladamente. Nos abrazamos y así subimos los escalones que nos dejarían a los pies del Rey y juntos tocarlo.
Todo eso seguía siendo un sueño, como si estuviera dentro de
una película, nunca me había pasado algo así. Solo las caras familiares de Cati
y Patri me devolvían a la realidad.
Veo a las Spartanas con su atuendo típico y una de ellas
sostenía la vasija de barro con agua del río Eufrates, con cara angelical que
me miraba directamente a los ojos. Había poder en sus ojos. Me la ofrece. Sabía
a gloria!
Quería compartirlo con ellos, con mi equipo de la vida.
Patri, Cati y Nacho son mi equipo porque me apoyaron desde siempre sin
cuestionarme nada. Me conocen como soy y sin embargo me quieren. Me quieren
después de haberme atendido durante 35 horas y 4 minutos que duró mi viaje de
Atenas a Sparta. Conocieron todas mis miserias y me las aguantaron, me
empujaron, me hicieron reír cuando no podía caminar. Pensaron en mi sin pensar en
ellos. Tener a personas así al lado es un regalo que a veces me cuestiono si
merezco.
Tengo dos integrantes más muy importantes en mi equipo. Mi
entrenador Pablo Silguero que desde la distancia me dio todas las herramientas
necesarias para estar físicamente preparado. Confío en él! Y mi entrenadora
mental, Raquel Roji Fernández, que sin su sabiduría y consejos creo que no
hubiera llegado.
A todos ellos, infinitas gracias!!!!!!!!!! Pase lo que pase
en esta vida incierta, los llevaré en el corazón.
Gracias a todos los amigos que desde una forma u otra
estuvieron pendientes de mi y me dieron buenas ondas. Ya sea por Facebook, o
mensajes, o teléfono, o con el corazón. Todo me llegó!!!!
Nicolas: te conozco desde que eras un purrete que corria 400 mts en la pista...nunca me entere que estabas en otro pais hasta que empece a leer tu blog y compartir con vos las experiencias de un corredor de ultramaratones. Vos sabes que corro hace mucho y amo el atletismo. Siempre mire a los corredores de ultramaratones como locos masoquistas. El haber seguido tus entrenamientos y la crónica de tu epopeya en Grecia me ha hecho replantear mi opinion. Ustedes (los de ultra fonfo), son atletas en su grado mas puro. Inclusive muchísimo mas que la elite que compite diariamente en la calle. Porque viven sus vidas en función del entrenamiento, con los sacrificios que ello conlleva. Y el hecho de ser amateurs valora mucho mas esta condición. Toda mi admiración para vos y los locos como vos. Ustedes llevan la pasión por el deporte como modo de vida. Abrazo enorme
ResponderEliminarMuchas gracias Raul!!! Es una alegria para mi saber que nos ves de otra manera, aunque todos los atletas tenemos mucho de lo que decis. Creo que la diferencia del ultrafondo es que nos gusta viajar mas que al resto :)
EliminarUn fuerte abrazo!!