¿Orgullo? ¿Protagonismo? ¿Espíritu de progreso?. Una larga lista de interrogantes, sobre los resortes que suelen mover el afán y las ilusiones personales.
No es difícil imaginar y comparar, que para una atleta pueden estar enmarcados los límites de su velocidad, no obstante busca unas décimas menos; igualmente se pueden buscar unos kilómetros más, ese fondo de resistencia y capacidad en sufrimiento. Encontrarse, en definitiva, hasta donde podemos soportar esa incomodidad, que la vida habitual nos impide vislumbrar.
Contradictoriamente y por este tipo de esfuerzo individual, huimos de la contradicción sobre la que se asienta nuestra rutina, metiéndonos de lleno en algo contradictorio a la vez, como puede ser la búsqueda de las limitaciones personales, a través del esfuerzo, y no emplearse como medio para lograr una comodidad. En definitiva, llegar a la autoestimación por medio de la superación.
Personalmente, este tipo de competición, o los entrenamientos, son para mi una función orgánica, igual que comer o dormir.
No pretendo solamente exponer el por qué de los 100 Km en sí, sino el nacimiento de la prueba en cada uno de nosotros. El nacimiento de un nuevo mundo se abre con su particular visión y recoge una especie de meditación conjugada por la fatiga física, que da lugar al relax mental; una nueva forma de sentir, de profundizar en situaciones y problemas al tiempo que nos evadimos de ellos, dejando difuminado en cada panorama, que nuestra marca solitaria nos depara a través de carreteras, campos, donde el sudor empaña la vista, donde el ritmo de los pies acompaña el murmullo de la respiración a modo de melodía que ameniza esa soledad y desamparo del corredor de fondo; dando ese entorno cierto toque poético y patético a la vez. Valga la disonancia al encuadre de la filosofía del corredor.
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