En las dos columnas anteriores hablé sobre la lectura y la pluma y la palabra. Termino aquí con algunas reflexiones sobre el texto final.
En primer lugar, repito lo que dije anteriormente: todo el mundo tiene una buena historia que contar, y forma parte de la naturaleza humana el compartir un poco de la experiencia personal con los demás. Quizá me pregunten: ¿y la editorial? ¿Cómo publicar estas experiencias?
En realidad, hoy en día existen muchas plataformas para eso (como Internet o cualquiera de los muchos periódicos en circulación, por ejemplo) y siempre habrá alguien interesado en lo que escribes. De todas maneras, aunque no existiese tal persona, el placer de escribir ya merece la pena.
A medida que la pluma va trazando palabras en el papel, tus angustias desaparecen y tus alegrías permanecen. Hace falta tener valentía para mirar en lo profundo de uno mismo y traer lo que se ha visto hasta el mundo exterior, y hay que tener aún más valentía para asumir que, un día, lo que escribiste podrá (y deberá) ser leído por alguien.
¿Y si se tratara de algo muy íntimo? No te preocupes. Hace miles de años, Salomón escribió las siguientes palabras: «Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol» (Eclesiastés 1:9).
Es decir: si hace miles de años no existían nada nuevo, ¡imagínate ahora!
Nuestros sentimientos de alegría y angustia continúan siendo los mismos y no hay por qué esconderlos. Y aunque no haya nada nuevo bajo el sol, permanece aún la necesidad de traducirnos todo eso a nosotros mismos y a los de nuestra generación.
Jorge Luis Borges dijo en cierta ocasión que en realidad sólo hay cuatro historias que puedan contarse:
A] Una historia de amor entre dos personas.
B] Una historia de amor entre tres personas.
C] La lucha por el poder.
D] Un viaje.
De todas maneras, a lo largo de los siglos, los hombres y las mujeres continúan recontando esas historias y ha llegado el momento de que tú hagas lo mismo. A través del arte de la escritura entrarás en contacto con tu universo desconocido y acabarás sintiéndote un ser humano mucho más capaz de lo que creías.
La misma palabra puede leerse de maneras muy diferentes. Escribe `amor´ mil veces, por ejemplo, y en cada ocasión el sentimiento será distinto. Una vez que las letras, las palabras y las frases están dibujadas en el papel, la tensión necesaria para que eso ocurriera ya no tiene razón de ser.
Por consiguiente, la mano que las escribió reposa y sonríe el corazón del que se atrevió a compartir sus sentimientos. Si alguien pasa al lado de un escritor que acaba de terminar un texto, pensará que tiene una mirada vacía y que parece distraído.
Pero él –y solamente él– sabe que arriesgó mucho, que consiguió desarrollar su instinto, que mantuvo la elegancia y la concentración durante todo el proceso y que ahora podrá darse el lujo de sentir la presencia del universo, y comprenderá por fin que su acción fue justa y merecida. Los amigos más cercanos saben que su pensamiento cambió de dimensión, pues ahora está en contacto con todo el universo: continúa trabajando, aprendiendo todo lo que ese texto trajo de bueno, corrigiendo los eventuales errores, aceptando sus virtudes.
Escribir es un acto de valentía. Pero merece la pena arriesgar.
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